Chuck Berry - The Legend

martes, 20 de enero de 2015

TRATADO SOBRE LA TOLERANCIA/ 6 - VOLTAIRE



CAPÍTULO XX

De si es útil mantener al pueblo en la superstición

    La superstición es a la religión lo que la astrología a la astronomía: la hija muy loca de una madre muy cuerda. Estas dos hijas han subyugado mucho tiempo toda la tierra.
    Cuando, en nuestros siglos de barbarie, había apenas dos señores feudales que tuviesen en sus castillos un Nuevo Testa­mento, podía ser disculpable ofrecer fábulas al vulgo, es decir a esos señores feudales, a sus estúpidas mujeres y a los brutos de sus vasallos: se les hacía creer que san Cristóbal había trans­portado al Niño Jesús de una a otra orilla de un río; se les ati­borraba de historias de brujas y posesos; imaginaban sin difi­cultad que san Genol curaba la gota y santa Clara las enfermedades de la vista. Los niños creían en los fantasmas y los padres en el cordón de san Francisco. La cantidad de reli­quias era innumerable.
    La herrumbre de tantas supersticiones ha subsistido toda­vía algún tiempo en los pueblos, incluso después de que la reli­gión se depuró. Sabido es que cuando el Señor de Noailles, obis­po de Chálons, mandó quitar y arrojar al fuego la pretendida reliquia del santo ombligo de Jesucristo, la ciudad entera de Châlons le hizo un proceso; pero el obispo tuvo tanto valor como piedad y no tardó en convencer a los habitantes de la Champaña que se podía adorar a Jesucristo en espíritu y en ver­dad sin tener su ombligo en una iglesia.
    Los llamados jansenistas contribuyeron no poco a desa­rraigar insensiblemente en el alma de la nación la mayor parte de las falsas ideas que deshonraban a la religión cristiana. [...]
    Los frailes se han asombrado de que sus santos ya no hagan milagros; y si los autores de la Vida de san Francisco Javier volviesen al mundo, no se atreverían a escribir que este santo resucitó a nueve muertos, que estuvo al mismo tiempo en la tierra y en el mar y que, habiendo caído al mar su crucifijo, un cangrejo se lo devolvió.
    Lo mismo ha sucedido con las excomuniones. Nuestros historiadores nos cuentan que cuando el rey Roberto fue exco­mulgado por el papa Gregorio V por haberse casado con la prin­cesa Berta, su comadre, sus criados arrojaban por las ventanas los manjares que se habían servido al rey, y que la reina Berta dio a luz una oca en castigo de aquel matrimonio incestuoso. Se duda hoy día que los maestresalas de un rey de Francia exco­mulgado arrojasen su cena por la ventana y que la reina trajese al mundo un ansarón en semejante oportunidad. [...]
    La razón penetra día a día en Francia, tanto en las tiendas de los comerciantes como en las mansiones de los seño­res. Hay pues que cultivar los frutos de esta razón, tanto más cuanto que es imposible impedirles que nazcan. No se puede gobernar a Francia, después de haber recibido las luces de los Pascal1, los Nicole, los Arnaud, los Bossuet, los Descartes2, los Gassendi, los Bayle3, los Fontenelle, etc., como se la gobernaba en tiempos de los Garasse y los Menot.
    Si los maestros de los errores, quiero decir los grandes maestros, tanto tiempo pagados y cubiertos de honores por embrutecer al género humano, ordenasen hoy día creer que el grano debe pudrirse para germinar; que la tierra está inmóvil en sus cimientos, que no gira alrededor del sol; que las mareas no son un efecto natural de la gravitación, que el arco iris no está formado por la refracción y la reflexión de los rayos de la luz, etc., y si se basasen para ello en pasajes mal comprendi­dos de las Sagradas Escrituras para justificar sus órdenes, ¿cómo serían mirados por todos los hombres instruidos? ¿La palabra bestias sería demasiado fuerte? ¿Y si esos sabios maes­tros empleasen la fuerza y la persecución para hacer reinar su insolente ignorancia, el término de bestias feroces sería inade­cuado? [...]
VOLTAIRE

1 Blaise Pascal (1632-1662), filósofo, teólogo y matemático francés, conocido sobre todo por sus Pensamientos, publicados póstuma­mente en el año 1670. En el ámbito de las matemáticas alumbró los rudimentos del cálculo de probabilidades. Este razonamien­to probabilístico sustenta su célebre «apues­ta». Según Pascal, debemos apostar a favor de la existencia de Dios para ganar nada menos que una felicidad eterna; el juego en cuestión, que tampoco podemos eludir al hallarnos embarcados en él, difícilmente podría resultarnos más ventajoso en térmi­nos probabilísticos, por cuanto sólo arriesga­mos un bien finito (los placeres propios de un libertino) en aras de uno infinito (una dicha escatológica e ilimitada). Mostrándose cohe­rente con sus ideas, en 1654 se retiró a Port­Royal y adoptó un modo de vida totalmente ascético. Sus Cartas provinciales defendieron las doctrinas jansenistas en la polémica soste­nida contra los jesuitas y su cuidado estilo constituye un modelo para la prosa francesa. Voltaire dedica la última de sus Cartas filosó­ficas a los Pensamientos de Pascal, citando algunos de sus pasajes para comentarlos a renglón seguido. Desde un primer momento anuncia que se "atreve a tomar el partido de la humanidad contra este misántropo subli­me, para demostrar que no somos tan malos ni tan desdichados como él dice. Mirar el uni­verso como una celda y todos los hombres como criminales a los que se va a ejecutar es la idea de un fanático".
 2 René Descartes (1595-1690), el padre de la filosofía moderna y del racionalismo, famoso por escribir sus Meditaciones metafisicas al calor de una estufa, moriría por un enfria­miento al aceptar la invitación de la reina Cristina de Suecia. Sus teorías físicas, domi­nadas por una perspectiva geométrica y con­dicionadas a las propiedades racionales de la materia entendida como sustancia extensa, fueron satirizadas por Voltaire, quien siem­pre que puede ridiculiza la teoría cartesiana de los "torbellinos". En su Diccionario filosófi­co, Descartes no aparece sino junto a Newton, para mostrar mejor con ese contraste la supremacía de los descubrimientos newto­nianos y, de paso, las excelencias de Ingla­terra como tierra que propicia tanto los avances científicos como la libertad de pen­samiento. Y en su obra El filósofo ignorante, Voltaire dice lo siguiente: "Descartes ha cons­truido un mundo tan imaginario, sus torbe­llinos y sus tres elementos son tan prodigio­samente ridículos, que debo desconfiar de todo lo que me dice sobre el alma, después de haberme engañado tanto sobre los cuer­pos. Santo y bueno que se haga su elogio, con tal de que no se haga el de sus novelas filosó­ficas, despreciadas hoy día para siempre en Europa".
 3 El nombre de Pierre Bayle (1647-1706) se halla indisolublemente asociado al de su Dic­cionario histórico y crítico, tan venerado por nuestro autor. Pero quizá sea citado aquí por un opúsculo menor mucho menos conocido: su Comentario filosófico en torno a estas palabras de Jesucristo: "Oblígales a entrar" (fechado en 1686), un aserto evangélico del que Voltaire se ha hecho eco en el capítulo XIV del tratado que nos ocupa. En este pequeño escrito Bayle proponía realizar un experimento imagina­rio; si en una ciudad donde coexistiesen cris­tianos y musulmanes, se intercambiasen los recién nacidos entre ambas comunidades religiosas, a buen seguro que el nacido musulmán sería cristiano y a la inversa. Vol­taire planteará la misma idea en una de sus tragedias, para poner de manifiesto que las creencias dependen sobremanera del medio ambiente y la educación. Todo ello en pro de la tolerancia y la coexistencia pacífica de los diferentes credos o convicciones.

Continuará...

4 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Han subyugado y sojuzgado. Bestias hijas de...

marian dijo...

En algo no estoy de acuerdo con Voltaire, en que la superstición sea la hija de la religión, más bien creo que es justo lo contrario.

carlos perrotti dijo...

Muy bueno, Marian.

Juan Nadie dijo...

Sí, es así y, como casi todo en el ser humano, es hija del miedo. ¿Del miedo a qué? A intentar conocer la verdad, porque esto quizá nos haga desvalidos.