Chuck Berry - The Legend

lunes, 16 de junio de 2014

RAMÓN Y EL ANARQUISMO (FRAGMENTO) - FRANCISCO UMBRAL

Hay un libro de Francisco Umbral titulado Ramón y las vanguardias (1978)dedicado a Ramón Gómez de la Serna, que tal vez convendría repasar  en estos momentos.

 [...] En un pasaje muy cuajado de su Automoribundia, Ramón habla de los anarquistas juveniles con que se junta siendo casi un chico. Un incidente de adolescencia y una bronca familiar bastan a separarle para siempre de aquel anarquismo hirsuto de los primeros años del siglo, tan remoto aún de la acracia pacifista y lírica del fin de siglo que estamos viviendo.
    No hay que pensar que Ramón fuese especialmente pusilánime ante sus padres, sino, más bien, que aquello no le iba, que era un camino falso, pues el anarquismo de Ramón era pacífico y poético, y en esto hay que considerarle precursor de las actuales acracias juveniles. Porque Ramón sigue siendo un anarquista hasta la muerte. Anarquista porque no conoce autoridad y porque cree en la bondad natural del hombre y del mundo. Está muy cerca de suponer que todo marcharía bien por sí solo. No es el anarquista que quiere dinamitar ideas, sino el que lo dejaría todo a su aire, confiando en el curso sensato de las cosas.
    ¿Anarquista de derechas, como dijo un crítico francés de otro escritor español? No exactamente. Ramón nos ofrece la versión del anarquista que considera que el mundo ya está resuelto y no hay más que dejarle hacer. Ramón vivió su infancia cerca del Palacio Real y ha evocado grandes fastos monárquicos a los que asistió desde su balcón. Incluso llega en algún momento a declararse monárquico. Su monarquismo ni siquiera es estético, como el carlismo de Valle, sino sentimental, rememorativo. Pero todas estas cuestiones son en él ociosas, ya que nunca las plantea de verdad. Ramón se inicia en un anarquismo literario y violento siendo muy joven, y rectifica enseguida para tomar el camino de la anarquía pacífica, del hombre marginal que no cree en las instituciones de los hombres. Para él, quizá, las únicas instituciones serias de la sociedad autoritaria son el café, los toros y el circo. [...]