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[...] La sociedad española dieciochesca que gritaba "Vivan las cadenas", la sociedad francesa que aplaudió la furia bélica y codiciosa de Napoleón, la sociedad alemana qie aclamó a Hitler y se dejó contagiar de sus desvaríos, y la sociedad industrial avanzada que está construyendo una economía que esquilma irreversiblemente la naturaleza o que impone un sistema que hace incompatible la vida laboral y la vida familiar o una globalización que aumenta la brecha entre países pobres y ricos, son ejemplos de fracasos de la inteligencia compartida.
[...] Una organización inteligente es la que permite desarrollar y aprovechar los talentos individuales mediante una interacción estimulante y fructífera. Comienza a hablarse de "capital intelectual" como de uno de los grandes activos económicos, más aún, como la única riqueza verdadera.
[...] El criterio es siempre el mismo. Las agrupaciones inteligentes captan mejor la información, es decir, se ajustan mejor a la realidad, perciben antes los problemas, inventan soluciones eficaces y las ponen en práctica. Así pues, junto a la inteligencia personal (que puede usarse privada o públicamente) encontramos una inteligencia social, que también tiene sus fracasos y sus éxitos.
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[...] Hay un tejemaneje interminable entre personajes distinguidos, personas pasivas, grupos revolucionarios, grupos rutinarios, ocurrencias individuales, ocurrencias colectivas, que configuran una creación mancomunada que depende de la colectividad pero que es independiente de cada uno de los miembros de la colectividad. Reflexione usted sobre cómo se instaura una moda. Hay personajes influyentes -los creadores de tendencias, los medios de comunicación, los persuasores de todo tipo-, pero en último término la moda se basa en un determinado pero copioso número de decisiones más o menos libres.
Nadie puede, por ejemplo, introducir una palabra en el lenguaje. A lo sumo puede inventar un término y proponer su uso, pero que se generalice depende de los demás.
[...] La interacción de sujetos inteligentes produce un tipo nuevo de inteligencia -la inteligencia comunitaria o social- que produce sus propias creaciones: el lenguaje, las morales, las costumbres, las instituciones. No existe un espíritu de los pueblos o cosa semejante, sino un tupido tejer de agujas múltiples. Los intercambios recurrentes, copiosos, indefinidos producen pautas estables. Hay un minucioso trabajo de invención, reflexión, crítica, reelaboración, contrastación, puesta a prueba, proselitismo, iteración, rechazo, vuelta atrás, utopías, reivindicaciones, condenas, inquisiciones, librepensadores, científicos, estúpidos, santos, malvados, gentes del común, víctimas, verdugos, que sufriendo bandazos con frecuencia sangrientos, gracias a la inclemente pedagogía del escarmiento y a la gloriosa del placer y la alegría, produce una consistente segunda realidad.
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¿Cómo sabemos que fracasa una sociedad?
[...] Una sociedad de personas poco inteligentes, torpes, ignorantes, perezosas o sin capacidad crítica, no puede superar ningún test de inteligencia social. Pero tampoco podría hacerlo una sociedad compuesta sólo de genios egoístas o violentos.
[...] No es lo mismo una comunidad dialogante que una comunidad perpetuamente en gresca, una ciudad generosa que una ciudad mezquina. Por último, el mal gobierno puede despeñar a una sociedad por el abismo de la estupidez, lo cual es siempre trágico, porque pagan inocentes los desmanes del poderoso. Todavía parece increíble lo que hizo Hitler con Alemania, Stalin con Rusia, Pol Pot con Camboya y, podríamos añadir, Alejandro Magno con Macedonia, Calígula con Roma, Napoleón con Francia, los papas del renacimiento con la Iglesia, etcétera, etcétera, etcétera.
[...] En las culturas arcaicas, la ciudad estaba por encima del ciudadano, al que exigía una sumisión ilimitada. La idea llega hasta el Estado totalitario del siglo pasado, que aceptado como fuente dispensadora de todos los derechos del individuo, podía arrebatárselos cuando quisiera. "El Estado lo es todo; el individuo, nada" es una aclamada máxima fascista. La inteligencia social fue rebelándose contra esta tiranía, defendiendo los derechos individuales previos al Estado, desintoxicándose de la sumisión. Apareció así la idea de la dignidad inviolable del individuo. Un logro tardío.
[...] Sociedades estúpidas son aquellas en que las creencias vigentes, los modos de resolver conflictos, los sistemas de evaluación y los modos de vida, disminuyen las posibilidades de las inteligencias privadas.
[...] No es verdad que la mayoría tenga siempre razón ni que el pueblo no se equivoque nunca, como un discurso políticamente correcto dice con notoria frivolidad. Una sociedad resentida o envidiosa o fanática o racista puede equivocarse colectivamente, y, por el contrario, un hombre solo puede tener razón frente al mundo entero. Por eso, al hablar de éxito o fracaso de la inteligencia colectiva necesitamos apelar a algún criterio de evaluación. Le propongo el siguiente: Debemos conceder a la inteligencia social la máxima jerarquía cuando proponga formas de vida que un sujeto ilustrado y virtuoso, en pleno uso público de su inteligencia, tras aprovechar críticamente la información disponible, considera buenas. [...] No sonría al leer mi referencia a la virtud. ¿Qué otra cosa pedimos a un juez para poder confiar en él? La imparcialidad, la objetividad, el estudio minucioso de las circunstancias, la equidad, son virtudes, es decir, hábitos que perfeccionan el juicio.
[...] He dicho muchas veces que la Historia es el banco de pruebas de los sistemas normativos. Muchas creencias que fueron mayoritariamente aceptadas en su época acabaron siendo rechazadas tras una larga y con frecuencia terrible experiencia. Tenemos una sabiduría de escaldados. Podría multiplicar los ejemplos: la esclavitud, la discriminación de la mujer o de los negros, la ignorancia de los derechos de los niños, el carácter sagrado de los reyes, los estados confesionales y teocráticos, el proceso de inmunización a que se acogen los dogmatismos religiosos, la supremacía de la raza, el uso de la tortura como procedimiento judicial legítimo, y muchos otros. La vigencia de estas creencias disparatadas, erróneas o perversas es un gran fracaso de la inteligencia social.
Fragmentos de La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez, de José Antonio Marina.