Chuck Berry - The Legend

lunes, 27 de junio de 2011

EL ASESINO DESINTERESADO BILL HARRIGAN

Billy El Niño
La imagen de las tierras de Arizona, antes que ninguna otra imagen: la imagen de las tierras de Arizona y de Nuevo Méjico, tierras con un ilustre fundamento de oro y plata, tierras vertiginosas y aéreas, tierras de la meseta monumental y de los delicados colores, tierras con blanco resplandor de esqueleto pelado por los pájaros. En esas tierras otra imagen, la de Billy the Kid: el jinete clavado sobre el caballo, el joven de los duros pistoletazos que aturden el desierto, el emisor de balas invisibles que matan a distancia, como una magia.
El desierto veteado de metales, árido y reluciente. El casi niño que al morir a los veintiún años debía a la justicia de los hombres veintiuna muertes —"sin contar mejicanos".

EL ESTADO LARVAL
Hacia 1859 el hombre que para el terror y la gloria sería Billy the Kid nació en un conventillo subterráneo de Nueva York. Dicen que lo parió un fatigado vientre irlandés, pero se crió entre negros. En ese caos de catinga y de motas gozó el primado que conceden las pecas y una crencha rojiza. Practicaba el orgullo de ser blanco; también era esmirriado, chúcaro, soez. A los doce años militó en la pandilla de los Swamp Angels (Ángeles de la Ciénaga), divinidades que operaban entre las cloacas. En las noches con olor a niebla quemada emergían de aquel fétido laberinto, seguían el rumbo de algún marinero alemán, lo desmoronaban de un cascotazo, lo despojaban hasta de la ropa interior, y se restituían después a la otra basura. Los comandaba un negro encanecido, Gas Houser Jonas, también famoso como envenenador de caballos. A veces, de la buhardilla de alguna casa jorobada cerca del agua, una mujer volcaba sobre la cabeza de un transeúnte un balde de ceniza. El hombre se agitaba y se ahogaba. En seguida los Ángeles de la Ciénaga pululaban sobre él, lo arrebataban por la boca de un sótano y lo saqueaban.
Tales fueron los años de aprendizaje de Billy Harrigan, el futuro Billy the Kid.
No desdeñaba las ficciones teatrales; le gustaba asistir (acaso sin ningún presentimiento de que eran símbolos y letras de su destino) a los melodramas de cowboys.

GO WEST!
Si los populosos teatros del Bowery (cuyos concurrentes vociferaban "¡Alcen el trapo!» a la menor impuntualidad del telón) abundaban en esos melodramas de jinete y balazo, la facilísima razón es que América sufría entonces la atracción del Oeste. Detrás de los ponientes estaba el oro de Nevada y de California. Detrás de los ponientes estaba el hacha demoledora de cedros, la enorme cara babilónica del bisonte, el sombrero de copa y el numeroso lecho de Brigham Young, las ceremonias y la ira del hombre rojo, el aire despejado de los desiertos, la desaforada pradera, la tierra fundamental cuya cercanía apresura el latir de los corazones como la cercanía del mar. El Oeste llamaba. Un continuo rumor acompasado pobló esos años: el de millares de hombres americanos ocupando el Oeste. En esa progresión, hacia 1872, estaba el siempre aculebrado Bill Harrigan, huyendo de una celda rectangular.

DEMOLICIÓN DE UN MEJICANO
La Historia (que, a semejanza de cierto director cinematográfico, procede por imágenes discontinuas) propone ahora la de una arriesgada taberna, que está en el todopoderoso desierto igual que en alta mar. El tiempo, una destemplada noche del año 1873; el precisó lugar, el Llano Estacado (New Mexico). La tierra es casi sobrenaturalmente lisa, pero el cielo de nubes a desnivel, con desgarrones de tormenta y de luna, está lleno de pozos que se agrietan y de montañas. En la tierra hay el cráneo de una vaca, ladridos y ojos de coyote en la sombra, finos caballos y la luz alargada de la taberna. Adentro, acodados en el único mostrador, hombres cansados y fornidos beben un alcohol pendenciero y hacen ostentación de grandes monedas de plata, con una serpiente y un águila. Un borracho canta impasiblemente. Hay quienes hablan un idioma con muchas eses, que ha de ser español, puesto que quienes lo hablan son despreciados. Bill Harrigan, rojiza rata de conventillo, es de los bebedores. Ha concluido un par de aguardientes y piensa pedir otro más, acaso porque no le queda un centavo. Lo anonadan los hombres de aquel desierto. Los ve tremendos, tempestuosos, felices, odiosamente sabios en el manejo de hacienda cimarrona y de altos caballos. De golpe hay un silencio total, sólo ignorado por la desatinada voz del borracho. Ha entrado un mejicano más que fornido, con cara de india vieja. Abunda en un desaforado sombrero y en dos pistolas laterales. En duro inglés desea las buenas noches a todos los gringos hijos de perra que están bebiendo. Nadie recoge el desafío. Bill pregunta quién es, y le susurran temerosamente que el Dago —el Diego— es Belisario Villagrán, de Chihuahua. Una detonación retumba en seguida. Parapetado por aquel cordón de hombres altos, Bill ha disparado sobre el intruso. La copa cae del puño de Villagrán; después, el hombre entero. El hombre no precisa otra bala. Sin dignarse mirar al muerto lujoso, Bill reanuda la plática. "¿De veras?", dice (1). "Pues yo soy Bill Harrigan, de New York." El borracho sigue cantando, insignificante. Ya se adivina la apoteosis. Bill concede apretones de manos y acepta adulaciones, hurras y whiskies. Alguien observa que no hay marcas en su revólver y le propone grabar una para significar la muerte de Villagrán. Billy the Kid se queda con la navaja de ese alguien, pero dice "que no vale la pena anotar mejicanos". Ello, acaso, no basta. Bill, esa noche, tiende su frazada junto al cadáver y duerme hasta la aurora — ostentosamente.

MUERTES PORQUE SÍ
De esa feliz detonación (a los catorce años de edad) nació Billy the Kid el Héroe y murió el furtivo Bill Harrigan. El muchachuelo de la cloaca y del cascotazo ascendió a hombre de frontera. Se hizo jinete; aprendió a estribar derecho sobre el caballo a la manera de Wyoming o Texas, no con el cuerpo echado hacia atrás, a la manera de Oregón y de California. Nunca se pareció del todo a su leyenda, pero se fue acercando. Algo del compadrito de Nueva York perduró en el cowboy; puso en los mejicanos el odio que antes le inspiraban los negros, pero las últimas palabras que dijo fueron (malas) palabras en español. Aprendió el arte vagabundo de los troperos. Aprendió el otro, más difícil, de mandar hombres; ambos lo ayudaron a ser un buen ladrón de hacienda. A veces, las guitarras y los burdeles de Méjico lo arrastraban.
Con la lucidez atroz del insomnio, organizaba populosas orgías que duraban cuatro días y cuatro noches. Al fin, asqueado, pagaba la cuenta a balazos. Mientras el dedo del gatillo no le falló fue el hombre más temido (y quizá más nadie y más solo) de esa frontera. Garrett, su amigo, el sheriff que después lo mató, le dijo una vez: "Yo he ejercitado mucho la puntería matando búfalos". "Yo la he ejercitado más, matando hombres", replicó suavemente. Los pormenores son irrecuperables, pero sabemos que debió hasta veintiuna muertes —"sin contar mejicanos". Durante siete arriesgadísimos años practicó ese lujo: el coraje.
La noche del 25 de julio de 1880, Billy the Kid atravesó al galope de su overo la calle principal, o única, de Fort Summer. El calor apretaba y no habían encendido las lámparas; el comisario Garrett, sentado en un sillón de hamaca en un corredor, sacó el revólver y le descerrajó un balazo en el vientre. El overo siguió; el jinete se desplomó en la calle de tierra. Garrett le encajó un segundo balazo. El pueblo (sabedor de que el herido era Billy the Kid) trancó bien las ventanas. La agonía fue larga y blasfematoria.
Ya con el sol bien alto, se fueron acercando y lo desarmaron; el hombre estaba muerto. Le notaron ese aire de cachivache que tienen los difuntos. Lo afeitaron, lo envainaron en ropa hecha y lo exhibieron al espanto y las burlas en la vidriera del mejor almacén. Hombres a caballo o en tílbury acudieron de leguas a la redonda. El tercer día lo tuvieron que maquillar. El cuarto día lo enterraron con júbilo.
JORGE LUIS BORGES (De Historia Universal de la Infamia)
(1) Is that so?, he drawled.

Pat Garrett & Billy the Kid - Sam Peckinpah, 1973Knockin' On Heavens's Door - Bob Dylan

La única fotografía conocida de Billy the Kid adulto, por la que el propio Billy (o Henry McCarty, o Henry Antrim, o William H. Bonney, o el Bill Harrigan de Borges) pagó en 1879 veinticinco centavos, ha sido adquirida estos días por un empresario y coleccionista de Florida en 1,6 millones de dólares. Si El Niño levantase la cabeza...

lunes, 20 de junio de 2011

HOY EL MUNDO ES UN POCO PEOR QUE AYER

Brian Haw, pacifista, delante del Big BenEste hombre que ven en la imagen con el gesto noble y preocupado del mejor Henry Fonda se llamaba Brian Haw y era pacifista. De los auténticos.
Brian Haw se había convertido casi en una estampa típica de Londres desde que el 2 de junio de 2001 instalase su campamento en la hierba del Parlamento británico para protestar contra los bombardeos de Estados Unidos y de su país contra Irak.
Las autoridades londinenses trataron por todos los medios legales de echarle, pero lo único que consiguieron, tras varias peleas judiciales, fue limitar su espacio de actuación a tres metros cuadrados. En 2006, la Policía destruyó por la noche todas las pancartas realizadas por él mismo aduciendo que sobrepasaban esos límites. A principios de este año lograron expulsarle de la hierba y le obligaron a instalarse en el pavimento. Mientras duró su protesta recibió unas cuantas palizas y le rompieron la nariz varias veces.
Haw murió el pasado sábado en un hospital de Alemania a causa de un cáncer de pulmón, según comunicaron sus hijos. Tenía 62 años y siete hijos.
Tal vez fuese un "iluminado" y un excéntrico, pero hoy el mundo es un poco peor que ayer.

Quiero poder mirar a la cara de mis hijos sabiendo que he hecho todo lo que podía para salvar a los niños de Irak y de otros países similares, que se mueren a causa de la política injusta, amoral e inducida por el dinero del Gobierno de mi país, decía el bueno de Haw.

jueves, 16 de junio de 2011

NOTARIOS DEL HORROR

Cádaver de Al Murat Pacirizi, soldado del Ejército de Liberación de Kosovo en Dragobil - Javier Bauluz
No nos fijamos mucho en los pies de foto cuando abrimos los periódicos. Deberíamos hacerlo. Encontraríamos verdaderos artistas de la fotografía, principalmente entre los reporteros gráficos de guerra, gente especial que se la juega cada día para dar fe de la realidad más sangrante y que al mismo tiempo es capaz de "pintar" verdaderos cuadros, como el que ilustra esta entrada.
La fotografía de Javier Bauluz forma parte del libro Fotoperiodistas españoles en combate, que acaba de publicar la editorial Turner como homenaje a los fotógrafos de guerra y recordatorio de la estupidez humana.

El fotoperiodismo español nació con Enrique Facio cuando en 1859 cubría, junto al escritor y periodista Pedro Antonio de Alarcón, las campañas militares españolas en el Riff. Sólo cuatro años antes, el británico Robert Fenton inmortalizaba la guerra de Crimea. Nacía así el periodismo gráfico de guerra.
A partir de ahí, cientos de arrojados fotógrafos se han echado al monte bélico en cualquier lugar del mundo y han dado cuenta de todos los conflictos habidos desde entonces mejor que cualquier relato escrito.

Famosas son las fotos de Robert Cappa de la Guerra Civil Española, pero no le van a la zaga las del español Albero y Segovia.
El madrileño Enrique Meneses consiguió colarse en Sierra Maestra y capturar imágenes de Fidel Castro, Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, quienes acabaron expulsándolo de mala manera.

Hoy los fotógrafos de guerra españoles pasan por ser la élite mundial: Han sido y son como Nadal en el tenis y ocupan espacios preferentes en los periódicos y revistas más prestigiosos, aunque la mayoría de los medios españoles no les presten atención, dice Alfonso Bauluz, editor del libro y hermano de Javier.
Entre los fotógrafos españoles actuales habría que destacar a Gervasio Sánchez, Sandra Balcells, Enric Martí, Santiago Lyon o el propio Javier Bauluz, aunque la nómina es mucho más larga.
Estas fotos reflejan la realidad, otra cosa es que el público no quiera ver esa realidad, se lamenta Javier Bauluz.

La lista de damnificados va siendo cada vez mayor: Juantxu Rodríguez murió en Panamá, Jordi Pujol en Sarajevo, Luis Valtuena en Ruanda, el jerezano Emilio Morenatti perdió un pie por la explosión de una mina... Entre los extranjeros, recientemente han caído en Libia Tim Hetherington y Chris Hondros, dos extraordinarios fotógrafos.

Sirva esta entrada como homenaje y reconocimiento a todos ellos.

Presentación en vídeo de Juan Nadie
Música: Where do the children play (Dónde jugarán los niños) - Cat Stevens
Dies irae (Requiem en Re menor) - W. A. Mozart

Actualización: