Chuck Berry - The Legend

sábado, 10 de enero de 2015

TRATADO SOBRE LA TOLERANCIA/ 1 - VOLTAIRE



CAPITULO IV

De si la tolerancia es peligrosa y en qué pueblos está permitida

    [...] El furor que inspiran el espíritu dogmático y el abuso de la religión cristiana mal entendida ha derramado tanta sangre, ha producido tantos desastres en Alemania, en Inglaterra, e inclu­so en Holanda, como en Francia: sin embargo, hoy día, la dife­rencia de religión no causa ningún disturbio en aquellos Esta­dos; el judío, el católico, el griego, el luterano, el calvinista, el anabaptista, el sociniano, el menonita, el moravo, y tantos otros, viven fraternalmente en aquellos países y contribuyen por igual al bienestar de la sociedad.
    Ya no se teme en Holanda que las disputas de un Gomar sobre la predestinación motiven la degollación del Gran Pensio­nario1. Ya no se teme en Londres que las querellas entre presbi­terianos y episcopalistas acerca de una liturgia o una sobrepelliz derramen la sangre de un rey en un patíbulo. Irlanda, poblada y enriquecida, ya no verá a sus ciudadanos católicos sacrificar a Dios, durante dos meses, a sus ciudadanos protestantes, ente­rrarlos vivos, colgar a las madres de cadalsos, atar a las hijas al cuello de sus madres para verlas expirar juntas; abrir el vientre a las mujeres encintas, extraerles a los hijos a medio formar para echárselos a comer a los cerdos y los perros; poner un puñal en la mano de sus prisioneros atados y guiar su brazo hacia el seno de sus mujeres, de sus padres, de sus madres, de sus hijos, ima­ginando convertirlos en mutuos parricidas y hacer que se con­denen al mismo tiempo que los exterminan a todos. Esto es lo que cuenta Rapin-Thoiras, oficial en Irlanda, casi nuestro con­temporáneo; esto es lo que relatan todos los anales, todas las historias de Inglaterra y que, sin duda, jamás será imitado. La filosofía, la sola filosofía, esa hermana de la religión, ha desar­mado manos que la superstición había ensangrentado tanto tiempo; y la mente humana, al despertar de su ebriedad, se ha asombrado de los excesos a que la había arrastrado el fanatismo. [...]
    Salgamos de nuestra pequeña esfera y examinemos el resto de nuestro globo. El Gran Señor gobierna en paz veinte pueblos de diferentes religiones; doscientos mil griegos viven en seguridad en Constantinopla; el propio muftí nombra y pre­senta al emperador al patriarca griego; se tolera a un patriarca latino. El sultán nombra obispos latinos para algunas islas de Grecia y he aquí la fórmula que emplea: "Le mando que vaya a residir como obispo a la isla de Quío, según su antigua costum­bre y sus vanas ceremonias." Este imperio está lleno de jacobi­tas, nestorianos, monotelitas; hay coptos, cristianos de San Juan, judíos, guebros, banianos. Los anales turcos no hacen mención de ningún motín provocado por alguna de esas religiones. [...]
    Es cierto que el gran emperador Yung-Chêng, el más sabio y el más magnánimo que tal vez haya tenido China, ha expulsado a los jesuitas; pero esto no lo hizo por ser intolerante; fue, al contra­rio, porque lo eran los jesuitas. Ellos mismos citan, en sus Cartas curiosas, las palabras que les dijo aquel buen príncipe: "Sé que vuestra religión es intolerante; sé lo que habéis hecho en Manila y en el Japón; habéis engañado a mi padre; no esperéis engañarme a mí." Léanse todos los razonamientos que se dignó hacerles, se le encontrará el más sabio y el más clemente de los hombres. ¿Podría, en efecto, permitir la permanencia en sus Estados de unos físicos de Europa que, con el pretexto de mostrar unos termóme­tros y unas eolipilas a la corte, habían sublevado ya contra él a uno de los príncipes de la sangre? ¿Y qué habría dicho ese emperador si hubiese leído nuestras historias, si hubiese conocido nuestros tiempos de la Liga y de la conspiración de las pólvoras?
    Le bastaba con estar informado de las indecentes querellas de los jesuitas, de los dominicos, de los capuchinos, del clero secular, enviados desde el fin del mundo a sus Estados: venían a predicar la verdad y se anatematizaban unos a otros. El empe­rador no hizo, por tanto, más que expulsar a unos perturbado­res extranjeros: ¡pero con qué bondad los despidió! ¡Qué cuida­dos paternales tuvo con ellos para su viaje y para impedir que les molestasen en el trayecto! Su propio destierro fue un ejem­plo de tolerancia y humanidad.
  Los japoneses eran los más tolerantes de todos los hom­bres: doce religiones pacíficas estaban establecidas en su impe­rio; los jesuitas vinieron a ser la decimotercera, pero pronto, al no querer ellos tolerar ninguna otra, ya sabemos lo que sucedió: una guerra civil, no menos horrible que la de la Liga, asoló el país. La religión cristiana fue ahogada en ríos de sangre; los japoneses cerraron su imperio al resto del mundo y nos consi­deraron como bestias feroces, semejantes a aquellas de que los ingleses han limpiado su isla. En vano el ministro Colbert, com­prendiendo la necesidad que tenemos de los japoneses, que para nada nos necesitan a nosotros, intentó establecer un comer­cio con su imperio: los halló inflexibles.
    Así pues, nuestro continente entero demuestra que no se debe ni predicar ni ejercer la intolerancia.
  Volved los ojos hacia el otro hemisferio; ved la Carolina, de la que el prudente Locke2 fue legislador: bastan siete padres de familia para establecer un culto público aprobado por la ley; tal libertad no ha hecho surgir ningún desorden. ¡Dios nos libre de mencionar este ejemplo para incitar a Francia a imitarlo! Sólo se cita para hacer ver que el mayor exceso a que pueda llegar la tolerancia no ha sido seguido de la más leve disensión; pero aquello que es muy útil y bueno en una colonia naciente no es conveniente en un viejo reino.
   ¿Qué diremos de los primitivos que han sido apodados cuáqueros3 por burla y que, con costumbres tal vez ridículas, han sido tan virtuosos y han enseñado inútilmente la paz al resto de la humanidad? Alcanzan el número de cien mil en Pen­silvania; la discordia, la controversia, son ignoradas en la feliz patria que ellos se han creado y el mero nombre de su ciudad de Filadelfia4, que les recuerda en todo momento que los hombres son hermanos, es el ejemplo y la vergüenza de los pueblos que todavía no conocen la tolerancia.
    En fin, esta tolerancia no ha provocado jamás una guerra civil; la intolerancia ha cubierto la tierra de matanzas. ¡Júzguese ahora, entre esas dos rivales, entre la madre que quiere que se degüelle a su hijo y la que lo entrega con tal de que viva!5
    No hablaré aquí más que del interés de las naciones; y res­petando, como debo, la teología, no considero en este artículo más que el bien físico y moral de la sociedad. Suplico a todo lec­tor imparcial que sopese estas verdades, que las certifique, que las extienda. Los lectores atentos, que se comunican sus pensa­mientos, van siempre más lejos que el autor.
VOLTAIRE

1  "Gran Pensionario" era llamado el titular del poder ejecutivo en Holanda; dicho título fue utilizado primero por los gobernadores de las provincias y luego por los jefes mili­tares de la Unión, especialmente por los príncipes de Orange. El Gran Pensionario Barneveldt fue decapitado en 1619 por no querer suscribir las tesis de François Gomar, quien había polemizado con el teólogo holandés Arminio (1560-1609) para defen­der la doctrina calvinista de la predestina­ción, según la cual Dios ya habría decretado desde siempre quién debía salvarse o con­denarse. 
2  El filósofo inglés John Locke (1632-1704), a cuyo decidido elogio dedica Voltaire la decimotercera de sus Cartas filosóficas, es recordado aquí, no tanto como el autor del Ensayo sobre el entendimiento humano, sino como quien concibiera la Carta sobre la tole­rancia, obra escrita entre 1685 y 1686, mien­tras estaba exilado en Holanda. En este opúsculo, redactado poco antes de la re­volución inglesa de 1688 y, por lo tanto, de que un reino protestante separase del trono al católico e intolerante Jacobo II, Locke aboga por distinguir entre los ámbitos de la comunidad política y la sociedad religio­sa, proponiendo establecer una separación radical entre las funciones de la Iglesia y el Estado. 
3  Como bien se dice aquí, la palabra "cuá­quero" no es más que una chanza, pues es el mote que le pusieron sus detractores al fun­dador de la secta, William Fox, por sostener éste que oír el simple nombre de Dios le hacía estremecerse; eso es exactamente lo que sig­nifica el término inglés del que procede cuá­quero: "alguien que tiembla" (quaker). Sin embargo, la broma hizo fortuna y la Sociedad de Amigos o Hijos de la Luz (pues así es como se bautizaron a sí mismos los primitivos par­tidarios de Fox) pasaron a ser universalmen­te conocidos como cuáqueros, quienes deci­dieron abandonar Inglaterra para trasladarse a Norteamérica bajo la dirección de William Penn, fundador de Pennsylvania. Contrarios a la violencia, también rechazaban el bautis­mo, la comunión y los juramentos, al igual que no practicaban culto externo alguno ni reconocían una jerarquía eclesiástica. Todo esto lo explica Voltaire tanto en sus Cartas inglesas, donde las cuatro primeras están consagradas a los cuáqueros, como en su Diccionario filosófico. El pacifismo del que hacían gala le parecía un dechado de tole­rancia. 
4  Las dos palabras griegas que componen el nombre de la ciudad de "Filadelfia" signifi­can respectivamente "amigo" y "hermano". Amigo de los hermanos es la denominación que Vol­taire prefiere para designar a los cuáqueros, tal como confiesa en la voz correspondiente de su Diccionario filosófico
5   Se alude aquí al célebre Juicio de Salomón. Como se sabe, dos madres acudieron al rey Salomón para reclamar a su hijo, toda vez que uno de los niños había muerto nada más nacer y quien lo había perdido quería que­darse con el otro. Salomón propuso repartir al superviviente, troceándolo en dos mitades, y con esa estratagema pudo comprobar quién era la verdadera madre: aquella que prefería renunciar a su hijo antes de verlo morir. Voltaire quiere comparar la tolerancia con este sentimiento maternal, para contra­ponerlo a las tropelías que origina la intole­rancia.

Continuará...

12 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Palabras iluminadas de Voltaire cuyas previsiones, sin duda, hemos decepcionado.

En la semana vi "Agora" de Alejandro Amenábar en donde la quema de la Gran Biblioteca de Alejandría es prueba de que "El furor que inspiran el espíritu dogmático y el abuso de las religiones mal entendidas han derramado tanta sangre..."

Conviene releer a Voltaire y darse una vuelta de vez en cuando por "Why I Am Not A Christian" de Bertrand Russell para moldear siempre un poco más nuestra tolerancia.

Sirgatopardo dijo...

Sabios consejos, aprender de Voltaire y Russell.
Simplemente leer variado ya inspira tolerancia.

Sirgatopardo dijo...

Incluso leyendo el Corán sería suficiente.

Juan Nadie dijo...

Hay que releer siempre a Voltaire y habrá más estractos a continuación de éste. También a Russell, del que quizá ponga algo más adelante.

Juan Nadie dijo...

El Corán te lo puedo dejar si quieres, Gato, aunque es muy pesado, pero está traducido por uno de los mayores expertos españoles en todo lo que se refiere al Islam. Yo he leído trozos, se me atraganta.

Juan Nadie dijo...

El traductor es Carlos Vernet, que se me olvidaba.

marian dijo...

Terroríficas las barbaridades que se cometían y qué gran análisis el de Voltaire.

marian dijo...

Intolerancia a los intolerantes, desde luego que sí.

Juan Nadie dijo...

Naturalmente, pero hoy en día nos la solemos coger con papel de fumar, con perdón por la imagen.
Voltaire peca de ingenuo cuando afirma que "La filosofía, la sola filosofía, esa hermana de la religión, ha desar­mado manos que la superstición había ensangrentado tanto tiempo; y la mente humana, al despertar de su ebriedad, se ha asombrado de los excesos a que la había arrastrado el fanatismo.". Claro, hasta Voltaire era hijo de su época, eso es inevitable. No conoció (afortunadamente para él y desafortunadamente para nosotros) las barbaridades que se cometieron en la primera mitad (por no hablar más acá) del siglo XX: fascismos de un color y de otro, guerras civiles, guerras mundiales..., un horror.

Sirgatopardo dijo...

Del Corán leí algo hace años, hasta que como a tí, se me atragantó. Lo mismo me ocurrió con la Biblia por cierto...
No creo que vuelva a leer nada religioso, distintos perros con el mismo collar.

Juan Nadie dijo...

La gran diferencia con la Biblia es que ésta, aparte de libros plastas (la mayoría), tiene auténticas maravillas literarias, como el Cantar de los Cantares, el Libro de Job...

Juan Nadie dijo...

Por cierto, el traductor del Corán no es Carlos Vernet, sino Juan Vernet. A cada uno lo suyo.