Chuck Berry - The Legend

lunes, 19 de marzo de 2018

UNA MENTE PRODIGIOSA. O CÓMO MIRAR LAS ESTRELLAS EN LUGAR DE TUS PROPIOS PIES


El programa de la BBC Discos de la isla desierta comenzó en 1942. A lo largo de los años desfilaron por dicho programa todo tipo de personajes: escritores, actores, músicos, directores cinematográficos, chefs, jardineros, profesores, bailarines, políticos, miembros de la realeza, caricaturistas, científicos... y Stephen Hawking. Los invitados, a quienes se les llama naúfragos, han de elegir ocho discos que optarían por llevar consigo a una isla desierta: también se les pide que mencionen un objeto de lujo y un libro como compañía (se supone que en la isla ya hay un texto religioso apropiado -la Biblia, el Corán o un volumen equivalente- y las obras de Shakespeare). El programa es semanal y a lo largo de la entrevista, que suele durar unos cuarenta minutos, se escuchan los fragmentos elegidos por el invitado. Pero esta entrevista con Stephen Hawking, radiada el día de Navidad de 1992, constituyó una excepción y se prolongó más tiempo.
La entrevistadora es Sue Lawley.

Discos de la isla desierta
Una entrevista (fragmentos)

SUE: Desde luego y en muchos aspectos, Stephen, usted se encuentra ya familiarizado con la soledad de una isla desierta, marginado de la vida física normal y privado de cualquier medio natural de comunicación. ¿En qué medida conoce tal aislamiento?
STEPHEN: No me considero marginado de la vida normal y no creo que la gente que me rodea vaya a decir que lo estuve. No me siento incapacitado; creo que simplemente soy alguien cuyas neuronas motrices no funcionan bien, como quien no distingue los colores. Supongo que no cabe describir mi vida como corriente, pero la considero normal en espíritu.
SUE: Sin embrago, y a diferencia de la mayoría de los naúfragos de Discos de la isla desierta, usted ya se ha demostrado a sí mismo que mental e intelectualmente se basta y que cuenta con teorías e inspiración suficientes para mantenerse ocupado.
STEPHEN: Imagino que soy por naturaleza un tanto introvertido y las dificultades de comunicación me han obligado a basarme en mí mismo. Pero de chico era muy hablador. Necesitaba como estímulo la discusión con otras personas. Representa una gran ayuda en mi trabajo exponer mis ideas a otros. Aunque no me brinden sugerencias, el simple hecho de tener que ordenar mis pensamientos para poder explicarlos me ofrece, a menudo, una nueva vía de progreso.
SUE: ¿Pero qué me dice, Stephen, de su satisfacción emocional? Hasta un físico brillante tiene que necesitar a otras personas con ese fin.
STEPHEN: La física está muy bien pero resulta del todo fría. No hubiera podido vivir sólo de eso. Como todo el mundo, necesito cariño, amor y afecto. También en esto he tenido suerte, más que muchas personas con mis minusvalías, a la hora de conseguir con creces amor y afecto. Además, la música posee una gran importancia para mí.
SUE: ¿Qué le proporciona mayor placer, la física o la música?
STEPHEN: Confieso que el placer que me otorga la física cuando las cosas van bien es muy superior al de la música. Pero eso sólo ocurre muy pocas veces en una carrera profesional, mientras que uno puede poner un disco cuando se le antoje.
SUE: ¿Y cuál sería el primer disco que pondría usted en su isla desierta?
STEPHEN:  Gloria, de Poulenc. Lo oí por primera vez el verano pasado en Aspen, Colorado. Aspen es fundamentalmente una estación invernal, pero en el estío se desarrollan allí reuniones de físicos. Al lado del centro en donde tienen lugar hay una enorme carpa en la que celebran un festival de música. Mientras uno delibera sobre lo que sucede cuando se esfuman los agujeros negros, puede escuchar los ensayos. Es ideal: combina mis dos grandes placeres, la física y la música. Si pudiera contar con ambas en mi isla desierta no desearía que me rescatasen. Bueno, hasta que hubiera descubierto en física teórica algo sobre lo que desease informar a todo el mundo. Supongo que violaría las reglas una antena parabólica que me permitiese recibir trabajos de física por correo electrónico.
SUE: La radio puede ocultar defectos físicos, pero en esta ocasión disfraza algo más. Hace siete años, Stephen, usted perdió literalmente la voz. ¿Puede decirnos qué sucedió?
STEPHEN: En el verano de 1985 acudí a Ginebra, al gran acelerador de partículas del Consejo Europeo para la Investigación Nuclear. Pensaba ir a Alemania y asistir en Bayreuth a las representaciones de la tetralogía del Anillo wagneriano. Pero contraje una neumonía y me internaron precipitadamente en un hospital. Allí le dijeron a mi mujer que no valía la pena que siguiera funcionando el aparato que me mantenía con vida. Pero ella no se resignó. Fui trasladado por vía aérea al hospital Addenbrookes de Cambridge, y allí un cirujano llamado Roger Grey me hizo una traqueotomía. Aquella operación salvó mi vida pero me privó de la voz.
SUE: Pero por entonces su dicción era ya muy defectuosa y difícil de entender, ¿no es cierto? Así que cabe suponer que de cualquier modo hubiera acabado por quedarse sin habla.
STEPHEN: Aunque mi dicción fuese defectuosa y difícil de entender, todavía podían comprenderme quienes me rodeaban. Era capaz de dar seminarios a través de un intérprete y podía dictar trabajos científicos. Pero durante el período inmediatamente posterior a la operación me sentí anonadado. Consideré que no merecía la pena seguir si no recobraba la voz.
SUE: Y entonces un especialista californiano leyó algo sobre su situación y le proporcionó una voz. ¿Cómo funciona?
STEPHEN: Se llama Walt Woltosz. Su suegra se había encontrado en el mismo estado que yo, así que Woltosz elaboró un programa informático para ayudarla a comunicarse. Por la pantalla se desplaza un cursor. Cuando llega a la opción que uno desea, basta con accionar un interruptor con la cabeza o con un movimiento ocular o, en mi caso, con la mano. De esta manera, soy capaz de seleccionar unas palabras para que aparezcan en la parte inferior de la pantalla, Una vez determinado lo que pretendo decir, puedo enviarlo al sintetizador fónico o grabarlo en disco.
SUE: Pero se trata de una operación lenta.
STEPHEN: Cierto, la velocidad de expresión es aproximadamente una décima de lo normal. Mas con el sintetizador me expreso con una claridad muy superior a la de antes. Los británicos dicen que el acento es norteamericano, pero en Estados Unidos lo juzgan escandinavo o irlandés. Sea como fuere, cualquiera puede entenderme. Mis hijos mayores se acostumbraron a mi voz natural al empeorar, pero el pequeño, que tenía seis años cuando mi traqueotomía, no me comprendía entonces. Ahora no tiene dificultad. Eso significa mucho para mí.
[...]
SUE: Fue a Oxford, al University College, a estudiar matemáticas y física y allí, según sus propios cálculos, trabajaba un promedio de una hora diaria. Aunque también se ha dicho que remaba, bebía cerveza y se complacía en burlarse de algunos, según lo que he leído. ¿En qué radicaba el problema? ¿Por qué no se molestaba en trabajar?
STEPHEN: Era el final de la década de los cincuenta y la mayoría de los jóvenes se sentían desilusionados con lo que se llamaba el establishment. No existía otra perspectiva que no fuera ganar cada vez más dinero. Los conservadores acababan de obtener su tercera victoria electoral bajo el eslogan "Nunca estuviste mejor". Como a muchos de mis contemporáneos, me aburría aquella vida.
SUE: A pesar de todo, conseguía resolver en pocas horas problemas que sus condiscípulos no hacían en semanas enteras. Ellos eran, por supuesto, conscientes, a juzgar por lo que dijeron después, de que usted poseía un talento excepcional. ¿También usted lo pensaba?
STEPHEN: El curso de física en Oxford resultaba entonces ridículamente fácil. Se podía aprobar sin ir a clase. Bastaba con hacer una o dos prácticas semanales. No era preciso recordar muchos hechos, sobraba con unas cuantas ecuaciones.
SUE: Pero fue en Oxford en donde advirtió por vez primera que sus manos y sus pies no hacían lo que usted quería. ¿Cómo se lo explicó entonces?
STEPHEN: En realidad, lo primero que noté fue que no conseguía bogar bien copn la pala. Luego sufrí una caída aparatosa en la escalera del comedor universitario. Acudí al médico del colegio, porque me inquietaba la posibilidad de alguna lesión cerebral. Pero dijo que no me ocurría nada y que bebiera menos cerveza. Después de mis exámenes finales en Oxford, pasé el verano en Irán. Cuando volví, me sentía desde luego peor, pero lo atribuí a unos trastornos gástricos que había sufrido allí,.
SUE: ¿En qué momento reconoció que algo iba decididamente mal y que tenía que ponerse en manos de los médicos?
STEPHEN: Estaba por entonces en Cambridge y fui a pasar las Navidades a casa. Aquel invierno de 1962 a 1963 fue muy frío. Mi madre me indujo a que acudiera a patinar en el lago de Saint Albans, aunque yo sabía que no era realmente para eso. Me caí y me costó mucho ponerme en pie. Mi madre comprendió que ocurría algo y me llevó a nuestro médico de cabecera.
SUE: Y luego, al cabo de tres semanas en el hospital, le dijeron lo peor.
STEPHEN: Fue en el Barts Hospital de Londres., porque mi padre pertenecía a Barts. Me sometieron a reconocimientos durante dos semanas, pero no me dijeron lo que tenía, escepto que no era esclerosis múltiple y que no constituía un caso típico. Tampoco me informaron de las perspectivas, pero deduje que eran bastante malas, así que no quise preguntar.
[...]
SUE: Al leer sobre usted, Stephen, parece como si la sentencia de muerte, que significó decirle que sólo le quedaban unos dos años de vida, le hubiera empujado a esforzarse por vivir.
STEPHEN: Su primer efecto fue deprimirme. Creí empeorar con rapidez. No parecía tener sentido alguno hacer nada o preparar mi doctorado, porque no sabía si dispondría de tiempo suficiente para concluir el curso. Pero luego las cosas empezaron a mejorar. Mi enfermedad cobró un desarrollo más lento y comencé a hacer progresos en mi trabajo, sobre todo en la tarea de mostrar que el universo tuvo que empezar en un Big Bang
SUE: Llegó incluso a decir en una entrevista que se consideraba más feliz que antes de caer enfermo.
STEPHEN:  Soy desde luego más feliz ahora. Antes de contraer la enfermedad de las neuronas motrices, me sentía aburrido de la vida. Pero la perspectiva de una muerte temprana me empujó a comprender que vale la pena vivir. Es tanto lo que uno puede hacer, tanto de lo que cualquiera es capaz... Tengo la auténtica sensación de haber realizado, pese a mi condición, una contribución modesta pero significativa al conocimiento humano. Claro está que he sido muy afortunado, pero todo el mundo puede conseguir algo si se esfuerza lo suficiente.
[...]
SUE:  Su otra inspiración, mientras intentaba aceptar la enfermedad, fue una muchacha llamada Jane Wilde, a la que conoció en una fiesta, de la que se enamoró y con quien se casó. ¿En qué medida cree deber el éxito a Jane?
STEPHEN: Ciertamente no hubiera podido salir adelante sin ella. El compromiso matrimonial me arrancó del cenagal de desesperación en que estaba. Si íbamos a casarnos, tenía que conseguir un empleo y acabar mi doctorado. Comencé a trabajar de firme y descubrí que me gustaba. Cuando mi estado empeoró, Jane fue la única que me cuidó. Nadie entonces nos brindaba ayuda y, desde luego, no hubiéramos podido pagar los servicios a alguien.
[...]
SUE: Escuchemos más música.
STEPHEN: Los Beatles, Please, please me. Necesitaba un cierto alivio tras mis cuatro primeras menciones de la música seria. Al igual que muchos otros, acogí a los Beatles como un soplo de aire fresco en la escena más bien rancia y enfermiza de la música popular. Solía escuchar los cuarenta principales de Radio Luxemburgo los domingos por la noche.
SUE: Pese a todos los honores que le han sido conferidos, y he de mencionar específicamente que es profesor lucasiano de física en Cambridge, la cátedra Isaac Newton, Stephen Hawking decidió escribir un libro de divulgación sobre su trabajo por, supongo, una razón muy simple. Necesitaba el dinero.
STEPHEN: Aunque pensaba ganar una modesta cantidad con un libro de divulgación, la razón principal por la que escribí Historia del tiempo fue que me gustaba. Me atraían los descubrimientos logrados en los últimos veinticinco años y quise explicarlos al público. Jamás esperé que el resultado fuera tan espléndido.
[...]
SUE: ¿Qué le sucedería de caer en un agujero negro?
STEPHEN: Todo lector de ciencia ficción sabe lo que pasa cuando uno cae en un agujero negro. Se convierte en espagueti. Pero lo que resulta mucho más interesante es que los agujeros negros no son negros del todo. Emiten partículas y radiación a un ritmo constante. Eso determina que el agujero negro se esfume poco a poco, mas se ignora lo que con el tiempo sucede con el agujero negro y su contenido. Es un área de investigación muy interesante que aún no ha atraído a los autores de ciencia ficción.
SUE: Y a la radiación que ha mencionado se le llama desde luego "radiación Hawking". No fue usted quien descubrió los agujeros negros aunque haya conseguido demostrar que no son negros. Sin embargo, fue su descubrimiento lo que le impulsó a reflexionar más atentamente acerca de los orígenes del universo, ¿no es cierto?
STEPHEN: El colapso de una estrella para constituir un agujero negro es en muchos aspectos como la inversión del tiempo en la expansión del universo. Una estrella pasa de un estado de densidad bastante baja a otro de densidad muy elevada. Y el universo se expande desde un estado de densidad muy alta a densidades inferiores. Existe una diferencia importante. Estamos fuera del agujero negro, pero nos hallamos dentro del universo. Mas ambos se caracterizan por la radiación térmica.
SUE: Usted dice que no se sabe lo que con el tiempo le sucede a un agujero negro y a su contenido. Pero creo que la teoría era que, fuera cual fuese lo sucedido, lo que desapareciera en un agujero negro, incluyendo un astronauta, acabaría por reciclarse como radiación Hawking.
STEPHEN: La energía de la masa del astronauta se reciclará como una radiación emitida por el agujero negro. Pero el propio astronauta o siquiera las partículas que le constituyeron no saldrán del agujero negro. Así que la pregunta es: ¿qué les pasa? ¿Resulta destruídos o se trasladan a otro universo? Eso es algo que ansiaría saber y no es que piense en saltar a un agujero negro.
SUE: ¿Opera usted, Stephen, sobre una intuición, es decir, llega a una teoría que le atrae y se esfuerza por demostrarla? ¿O como científico progresa siempre lógicamente hacia una conclusión, sin atreverse a hacer suposiciones de antemano?
STEPHEN: Me baso bastante en la intuición. Trato de suponer un resultado, pero luego he de demostrarlo. Y en esta etapa descubro muchas veces que lo que había pensado no era cierto o que existía algo más que no se me había ocurrido. Así fue como averigüé que los agujeros negros no son completamente negros. Trataba de demostrar otra cosa.
[...]
SUE:  Simplificando hasta el máximo sus teorías, y confío, Stephen, que sabrá perdonarme, usted creyó antaño, según entiendo, que existió una creación, un Big Bang, pero ya no piensa que sucedió así. Considera que no hubo comienzo ni habrá final, que el universo existe por sí mismo. ¿Significa eso que no hubo una creación y que por eso no hay lugar para Dios?
STEPHEN:  Sí, ha simplificado en exceso. Todavía creo que el universo tuvo un comienzo en tiempo real, en un Big Bang. Pero hay otra clase de tiempo, el imaginario, perpendicular al tiempo real, donde el universo no tiene principio ni fin. Esto significaría que el modo en que el universo comenzó estuvo determinado por las leyes de la física. No habría que declarar que Dios optó por poner en marcha el universo de un modo arbitrario que no podemos comprender. Nada se dice sobre si Dios existe o no existe, simplemente que Él no es arbitrario.
SUE:  ¿Pero cómo explica usted, de haber una posibilidad de que Dios no exista, todas esas cosas que están más allá de la ciencia, el amor y la fe que la gente ha tenido y tiene en usted y desde luego en su propia inspiración?
STEPHEN: Amor, fe y moral corresponden a una categoría al margen de la física. Nadie puede determinar cómo debe comportarse a partir de las leyes de la física. Pero cabría esperar que el pensamiento lógico que supone la física y las matemáticas guiase también a uno en su conducta moral.
[...]
SUE: Hasta ahora, Stephen, ha vivido treinta años más de lo que le anunciaron. Ha siso padre de varios hijos mientras que le dijeron que nunca los tendría. Ha escrito best-seller y ha revolucionado ideas antiquísimas acerca del espacio y el tiempo. ¿Qué más proyecta hacer antes de abandonar este planeta?
STEPHEN: Todo eso fue posible sólo porque tuve la fortuna de recibir una ayuda considerable. Me complace lo que he conseguido, pero es mucho más lo que me gustaría hacer antes de irme. No me refiero a mi vida privada, sino en terminos científicos. Me agradaría saber cómo unificar la gravedad, la mecánica cuántica y las otras fuerzas de la naturaleza. Deseo especialmente saber qué es de un agujero negro cuando se esfuma.
[...]
SUE: Y si sólo pudiera contar con uno de esos ocho discos, ¿cuál eligiría?
STEPHEN: Tendría que ser el Réquiem de Mozart. Sería capaz de escucharlo hasta que se agotaran las pilas de mi minicasete.
SUE: ¿Y su libro? Claro está que en la isla le aguardan además las obras completas de Shakespeare y la Biblia.
STEPHEN: Creo que me llevaría Middlemarch, de George Eliot. Me parece que alguien, quizá Virginia Woolf, dijo que era un libro para adultos. Estoy seguro de que aún no he madurado, pero lo intentaré.
SUE: ¿Y su objeto de lujo?
STEPHEN: Pediré una gran provisión de crema tostada. Para mí es el colmo del lujo.
SUE: Nada pues de trufas de chocolate y en cambio abundante crema tostada. Doctor Stephen Hawking, gracias por habernos permitido escuchar sus Discos de la isla desierta, y feliz Navidad.
STEPHEN: Gracias a usted por elegirme. Desde mi isla desierta deseo a todos una feliz Navidad. Estoy seguro de que tendré mejor tiempo que ustedes.

Las músicas preferidas de Stephen Hawking
1 - Gloria - Francis Poulenc
2 - Concierto para violín en Re mayor op. 77 - Johannes Brahms
3 - Cuarteto de cuerda op. 132 - Ludwig van Beethoven
4 - La Walkyria, primer acto - Richard Wagner
5 - Please, please me - The Beatles
6 - Introito del Requiem - Wolfgang Amadeus Mozart
7 - Nessun dorma, de Turandot - Giacomo Puccini
8 - Je ne regrette rien - Edith Piaf

2 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Qué tipo con qué mente y con qué actitud de vida tan interesante Stephen Hawking...

Finalmente yo también creo en un Universo que no comenzó y que no tendrá un final sino muchos, infinitos. Un universo que existe desde siempre por sí mismo en otra categoría de espacio-tiempo y que constantemente se reanuda sin necesidad de extremos tales como un comienzo y un final.

Algo así, pero a veces lo entiendo y me explico mejor.

Juan Nadie dijo...

No es fácil explicar las teorías y los logros de Hawking, como no es fácil explicar cualquier teoría de la física actual, sobre todo las que se refieren a la astrofísica. Tuve la tentación de hacerlo, pero es demasiado arduo para mis muy limitados conocimientos, de modo que preferí poner de relieve a través de estos fragmentos de entrevista la dimensión humana del personaje, que merece la pena conocer.