Chuck Berry - The Legend

viernes, 21 de octubre de 2016

BOB DYLAN, PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2016 (y 3)


No estoy muy seguro de cuándo se me ocurrió empezar a componer mis propias canciones. Jamás se me habría ocurrido algo comparable a las letras folk que ya cantaba para expresar mis impresiones sobre el mundo. Supongo que vas entrando poco a poco. No te levantas un buen día y decides que necesitas escribir canciones, sobre todo si ya eres un cantante con un repertorio considerable y cada día aprendes otras nuevas. Siempre se puede presentar una oportunidad de convertir algo que ya existe en algo que aún no había cobrado forma. Eso es quizá el principio. A veces, sólo quieres hacer las cosas a tu manera, averiguar por ti mismo qué hay tras el telón oscuro. No es como si vieras venir las canciones y las invitaras a pasar. No resulta tan fácil. Quieres componer canciones colosales. Quieres hablar sobre las cosas extrañas que te han pasado, que has visto. Tienes que conocer bien algo, comprenderlo, y trascender entonces el lugar común. La precisión escalofriante con que los compositores de antes trataban los temas de sus letras no era una menudencia. A veces, al escuchar una canción, tu mente pegaba un brinco. Percibías cierta analogía con tu manera de ver las cosas. Yo nunca juzgaba una canción como buena o como mala, para mí sólo había distintas clases de canciones buenas. [...] La primera canción de cierta sustancia que escribí estaba inspirada en la figura de Woody Guthrie. [...]

Me había quitado el hábito de pensar en ciclos de canciones cortos y empecé a leer poemas cada vez más largos para ver si era capaz de recordar algo de lo que había leído al principio. Me estuve ejercitando para ello, abandoné costumbres poco recomendables y senté un poco la cabeza. Leí el Don Juan de Lord Byron, intensamente concentrado de principio a fin, y el Kubla Khan de Coleridge. Empecé a atiborrarme el cerebro de toda suerte de poemas profundos. Tenía la impresión de que había estado empujando un vagón vacío durante mucho tiempo y ahora empezaba a rellenarlo, lo que me obligaría a tirar de él con mayor fuerza. Era como si estuviese saliendo de un cenagal. También estaba cambiando en otros sentidos. Ya no daba importancia a cosas que me afectaban antes. No me preocupaban demasiado la gente ni sus motivos. No sentía la necesidad de observar con atención a cada extraño que se presentara. [...]

A los pocos meses de estar en Nueva York yo ya había perdido el ansia de vivir todo lo que En el camino de Kerouac ilustra tan bien. Aquel libro, que había sido la Biblia para mí, ya no lo era. Todavía me encantaba la pulsión dinámica y extrema del fraseo poético estilo bop que fluía de la pluma de Jack, pero ahora Moriarty me parecía un personaje fuera de lugar, sin sentido, que inspiraba idiotez. Iba por la vida dando tumbos como un toro desatado. [...]

Yo nunca había estado en California. Parecía la morada de una clase de gente especial y sofisticada. Sabía que las películas venían de allí y que había un club de folk en Los Ángeles llamado Ash Crove. En el Folklore Center había visto pósters de actuaciones en el Ash Crove y soñaba con tocar allí. Me parecía tan lejano... Nunca pensé que llegaría, pero resultó que no sólo llegué, sino que una vez en California evité completamente el Ash Crove, cuando mis canciones y reputación ya me precedían. Columbia ya había editado mis discos, de modo que fui a tocar al auditorio de Santa Mónica, donde conocí a todos los intérpretes que habían hecho versiones de canciones mías, artistas como The Birds, que grabaron Mr. Tambourine Man; Sonny y Cher, que cantaban All 1 Really Want to Do; The Turtles, que versionaron It Ain't Me, Babe; Glen Campbell, que había sacado Don't Think Twice; y Johnny Rivers, que había grabado Positively 4th Street.
De todas las versiones de mis canciones, la de Johnny Rivers era mi favorita. Estaba claro que veníamos del mismo barrio, conocíamos las mismas citas, procedíamos de la misma familia musical y estábamos hechos de la misma pasta. Cuando escuché su interpretación de Positively 4th Street me gustó más que la mía. La escuché una y otra vez. La mayor parte de las versiones de mis canciones acababan por perder de vista su esencia, pero Rivers captó perfectamente el tono y el sentido de la melodía, incluso hasta el punto de superar el sentimiento con que yo la cantaba. No debería haberme sorprendido, pues Rivers había hecho lo mismo con Maybellene y Memphis de Chuck Berry. Cuando oí a Johnny interpretando mi canción, comprendí enseguida que la vida lo zarandeaba con tanta fuerza como a mí.

Pero todavía me faltaban unos años para llegar al estado más soleado del país. Miré en derredor y vi, por la ventana del fondo, que se avecinaba el crepúsculo. La barandilla de la escalera de incendios estaba recubierta de una espesa capa de hielo. Dirigí la mirada al callejón y luego la paseé de un tejado a otro. Empezaba a nevar otra vez, y la nieve cubría la tierra asfaltada. No parecía realmente que estuviera iniciando una vida nueva. Tampoco es que hubiese retomado una antigua. En todo caso, quería comprender las cosas antes de liberarme de ellas. Necesitaba aprender a abarcarlas, como las ideas. Todo era demasiado grande y complejo para verlo de golpe, como los libros en los estantes y los objetos esparcidos sobre las mesas. Si lograbas formarte una idea general de todo quizá podías condensarlo después en una estrofa o en un solo verso de una canción.
A veces, intuyes que las cosas tienen que cambiar, que van a cambiar, pero únicamente lo sientes -como en la canción de Sam Cooke, Change Is Gonna Come-, sin saberlo con seguridad. Algunos detalles prefiguran lo que está por venir, pero uno no siempre los reconoce. Entonces, pasa algo inmediato que te proyecta a otro mundo, a lo desconocido, y lo entiendes instintivamente. Entonces eres libre. No necesitas hacer preguntas y ya te sabes la música. Cuando eso sucede, uno tiene la impresión de que ocurre deprisa, como un truco de magia, pero no es así. Uno no oye un estampido sordo que anuncia que el momento ya está aquí; uno no abre los ojos de repente y lo ve todo con absoluta nitidez. Se trata de un proceso más lento. Es como si hubieras estado trabajando a la luz del día y de pronto te percatas de que oscurece antes, independientemente de donde estés. Es como un reflejo. Alguien sostiene el espejo en alto y descorre el cerrojo: la puerta se abre de par en par y algo te empuja hacia el interior aunque tu cabeza esté en otro sitio. A veces se necesita la intervención de alguien especial para que te des cuenta. [...]
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A Hard Rain's A-Gonna Fall - Bob Dylan  (The Frewheelin' Bob Dylan, 1963)

Una fuerte lluvia va a caer

¿Dónde estuviste, hijo mío de ojos azules?
¿Dónde estuviste, querido mío?
Tropecé con la falda de doce montañas brumosas,
Caminé y me arrastré por seis sinuosas autopistas,
Anduve en medio de siete bosques desolados,
Estuve frente a doce océanos muertos,
Me adentré diez mil millas en la boca de un cementerio.
Y es dura, muy dura,
Y es dura la lluvia que va a caer.

¿Qué viste, hijo mío de ojos azules?
¿Qué viste, querido mío?
Vi un recién nacido rodeado de lobos salvajes,
Vi una autopista de diamantes que nadie utilizaba,
Vi una rama negra que goteaba sangre,
Vi una habitación llena de hombres con martillos ensangrentados,
Vi una escalera blanca cubierta de agua,
Vi diez mil oradores con las lenguas rotas,
Vi pistolas y espadas en manos de niños.
Y es dura, muy dura,
Y es dura la lluvia que va a caer.

¿Qué oíste, hijo mío de ojos azules?
¿Qué oíste, querido mío?
Oí el sonido del trueno que rugió como advertencia,
Oí el estruendo de una ola que pudo ahogar al mundo entero,
Oí a cien tamborileros cuyas manos llameaban,
Oí diez mil susurros que nadie escuchaba,
Oí a un hombre muriendo de hambre, oí a mucha gente riendo,
Oí la canción de un poeta que murió en el arroyo,
Oí el sollozo de un payaso que lloraba en el callejón.
Y es dura, muy dura,
Y es dura la lluvia que va a caer.

¿A quién encontraste, hijo mío de ojos azules?
¿A quién encontraste, querido mío?
Encontré un muchacho junto a un pony muerto,
Encontré un hombre blanco que paseaba un perro negro,
Encontré una mujer joven cuyo cuerpo ardía,
Encontré una muchacha que me dio un arco iris,
Encontré un hombre herido de amor,
Encontré otro hombre herido de odio.
Y es dura, muy dura,
Y es dura la lluvia que va a caer.

¿Qué harás ahora, hijo mío de ojos azules?
¿Qué harás ahora, querido mío?
Regreso antes de que la lluvia empiece a caer,
Caminaré hasta las profundidades del más hondo y sombrío bosque,
Donde la gente es mucha, toda con las manos vacías,
Donde las bolas de veneno inundan sus aguas,
Donde el hogar en el valle se confunde con la sucia y húmeda prisión,
Donde el rostro del verdugo está siempre bien oculto,
Donde el hambre es odiosa, donde las almas están olvidadas,
Donde el color es negro y el número nada,
Y lo diré y lo pensaré y lo hablaré y lo respiraré,
Y lo mostraré desde la montaña para que todas las almas puedan verlo,
Y después me alzaré sobre el océano hasta que empiece a hundirme,
Pero, antes de cantarla, conoceré bien mi canción.
Y es dura, muy dura,
Y es dura la lluvia que va a caer.

(Traducción de Carlos Álvarez)
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La primera vez que me preguntaron mi nombre en Saint Paul, Mineápolis, instintiva y automáticamente solté: "Bob Dylan".
Ahora, tendría que acostumbrarme a que la gente me llamara Bob. Nunca me habían llamado así antes, y me llevó un tiempo darme por aludido cuando lo hacían. En cuanto a Bobby Zimmerman, lo explicaré una sola vez y podéis comprobarlo. Uno de los primeros presidentes de los San Bernardino Angels, un equipo de béisbol, fue Bobby Zimmerman, que se mató en la carrera de Bass Lake de 1964. Se le desprendió el silenciador de la moto, él giró en redondo para recuperarlo ante el pelotón, que lo atropelló. Murió al instante. Esa persona ya no existe. Se acabó. [...]

Cerré la puerta detrás de mí, salí al pasillo y bajé la escalera en espiral, llegué al vestíbulo con piso de mármol y atravesé el estrecho patio de entrada. Las paredes olían a cloruro. Salí a paso lento por la puerta y crucé la verja hasta la acera. Me pasé una bufanda por la cara y me encaminé hacia la calle Van Dam. En la esquina, pasé ante una carroza tirada por caballos repleta de flores envueltas en plástico, sin conductor a la vista. La ciudad estaba llena de cosas así.
Las canciones folk resonaban en mi cabeza, como siempre. Narran historias ocultas, latentes. Si alguien preguntase qué pasa, le responderían: "Al señor Garfield le han pegado un tiro, yace en el suelo. No hay nada que hacer". Eso es lo que pasa. Nadie necesita preguntar quién era el señor Garfield; todos se limitan a asentir, pues lo saben. Es de lo que habla el país. Todo en el folk es sencillo y cobra sentido de forma admirable a través de las fórmulas.
Nueva York era una ciudad fría, contenida y misteriosa, la capital del mundo. En la Séptima Avenida pasé por delante del edificio donde Walt Whitman había vivido y trabajado. Me detuve por un segundo y lo imaginé escribiendo frenéticamente y entonando la verdadera canción de su alma. También me había parado ante la casa de Poe en la calle Tres para hacer lo mismo: contemplar las ventanas con melancolía. La ciudad era como un bloque sin labrar, anónimo e informe, sin muestras de favoritismo. Todo era siempre nuevo, siempre cambiante. En la calle nunca te topabas con la misma multitud.
Crucé de Hudson a Spring, pasé ante un contenedor de basura lleno de ladrillos y entré en un café. La camarera que me atendió en el mostrador llevaba una blusa ceñida de ante que acentuaba el redondeado contorno de su cuerpo. Tenía el cabello negro azulado cubierto por un pañuelo y penetrantes ojos azules, con las cejas bien perfiladas. Deseé que me pusiera una rosa en el ojal, como decía la vieja canción. Me sirvió una taza de café humeante y me volví hacia la ventana que daba a la calle. La ciudad entera se abría ante mis narices. Tenía una idea muy clara de dónde estaba todo. No había que preocuparse por el futuro. Estaba a la vuelta de la esquina. [...]
Traducción de Miquel Izquierdo
BOB DYLAN

Una biografía

3 comentarios:

carlos perrotti dijo...

"Yo nunca juzgaba una canción como buena o como mala, para mí sólo había distintas clases de canciones buenas..." Psico-diferente Bobby caleidoscópico.

Juan Nadie dijo...

Dylan inabarcable, y también bastante borde cuando quiere. La Academia Sueca ha acabado por mosquearse y le ha calificado, a través de uno de sus miembros, de rudo, gruñón, arrogante y maleducado. Pues sí, seguramente también es todo eso, qué le vamos a hacer.

Juan Nadie dijo...

Sin embargo, estos día ha llamado él a la Academia para decirles que se había "quedado sin palabras" cuando se enteró que le habían concedido el premio.
-"¿Que acepto el premio? Por supuesto."
Dylan en estado puro.