Chuck Berry - The Legend

domingo, 13 de diciembre de 2015

EL CONTRATO SOCIAL O PRINCIPIOS DEL DERECHO POLÍTICO (Fragmentos)/ 3

LIBRO III
CAPÍTULO XV
Los diputados o representantes
Tan pronto como el servicio público deja de ser la cuestión principal para los ciudadanos y éstos prefieren servir con su dinero antes que con su persona, el Estado se encuentra ya cerca de su ruina. ¿Que hay que ir al combate? Pagan tropas y se quedan en sus casas. ¿Que hay que ir al consejo? Nombran diputados y se quedan en sus casas. A fuerza de pereza y de dinero terminan teniendo soldados que sojuzguen a la patria y representantes que la vendan.

El movimiento del comercio y de las artes, el ávido interés de la ganancia, la indigencia y el amor a las comodidades, hacen cambiar los servicios personales por dinero. Se cede una parte del beneficio personal para aumentarlo a placer. Dad dinero y pronto tendréis cadenas. La palabra finanzas1 es palabra de esclavos; no se la conoce en la ciudad. En un Estado verdaderamente libre los ciudadanos lo hacen todo con sus manos y nada con el dinero; lejos de pagar para librarse de sus deberes, pagarían por cumplirlos ellos mismos. Estoy muy lejos de lo que corrientemente se piensa: considero que las prestaciones personales son menos contrarias a la libertad que los impuestos.

Cuanto mejor constituido está el Estado, más prevalecen los asuntos públicos sobre los privados en el espíritu de los ciudadanos. Incluso hay muchos menos asuntos privados, porque al proporcionar la suma del bienestar común una porción mayor que el de cada individuo, le queda menos que buscar en los asuntos particulares. En una ciudad bien guiada, todos acuden corriendo a las asambleas; con un mal gobierno, nadie quiere dar un paso para dirigirse a ellas; porque nadie presta interés a lo que allí se hace, pues se prevé que no dominará en ellas la voluntad general, y a fin de cuentas las atenciones domésticas lo absorben todo. Las buenas leyes impulsan a hacer otras mejores; las malas acarrean otras peores. En cuanto alguien dice de los asuntos del Estado: "¿A mí qué me importa?", hay que considerar que el Estado está perdido.

El enfriamiento del amor a la patria, la actividad del interés privado, la gran extensión de los Estados, las conquistas, el abuso del gobierno, todo ello ha dado lugar a la existencia de diputados o representantes del pueblo en las asambleas de la nación. A esto es a lo que en ciertos países se atreven a llamar "tercer Estado". Así, el interés particular de los dos órdenes es colocado en el primero y el segundo rangos en tanto que el interés público se coloca en el tercero2.

La soberanía no puede ser representada, por la misma razón que no puede ser enajenada: consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad no se representa; o es ella misma, o es otra: no hay término medio. Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser sus representantes, no son más que sus delegados; no pueden acordar nada definitivamente. Toda ley que no haya ratificado personalmente el pueblo es nula; no es una ley. El pueblo inglés se cree libre, y se equivoca de parte a parte; sólo lo es durante la elección de los miembros del Parlamento; en cuanto los ha elegido, es esclavo, no es nada. Por el uso que hace de su libertad en los breves momentos en que disfruta de ella merecería perderla.

La idea de los representantes es moderna: procede del gobierno feudal, de ese inicuo y absurdo gobierno en el que se ha degradado la especie humana y en la que se ha deshonrado el llamarse hombre. En las antiguas repúblicas, e incluso en las monarquías, jamás tuvo el pueblo representantes; no se conocía esta palabra. Es muy curioso que en Roma, donde los tribunos eran tan sagrados, ni siquiera se les ocurriera que pudiesen usurpar las funciones del pueblo, y que, en medio de una multitud tan grande, nunca intentaran aprobar ni un plebiscito con su sola autoridad. Considérese, sin embargo, las dificultades que acarreaba a veces el gentío, por lo que sucedió en tiempo de los Gracos, en que una parte de los ciudadanos tuvo que emitir su voto desde los tejados.

Donde el derecho y la libertad lo son todo, los inconvenientes no cuentan nada. En este pueblo sabio todo se situaba en su justa medida; dejaba hacer a los lictores lo que sus tribunos no se hubiesen atrevido a hacer; no temían que sus lictores quisieran representarlos.

Para explicar, sin embargo, cómo los representaban los tribunos algunas veces, basta pensar cómo representaba el gobierno al soberano. Por no ser la ley más que la declaración de la voluntad general, es evidente que el pueblo no puede ser representado en el poder legislativo; pero puede y debe serlo en el poder ejecutivo, que no es sino la fuerza aplicada a la ley. Esto demuestra que, examinando bien las cosas, encontraríamos muy pocas naciones que tuviesen leyes. De cualquier modo, es seguro que los tribunos, que no tenían parte alguna en el poder ejecutivo, nunca pudieron representar al pueblo romano por los derechos de sus cargos, a no ser que usurparan los del senado.

Entre los griegos, cuanto tenía que hacer el pueblo lo hacía por sí mismo: constantemente estaba reunido en la plaza. Disfrutaba de un apacible clima, no era ansioso, los esclavos hacían sus trabajos, su interés central era la libertad. No teniendo las mismas ventajas, ¿cómo conservar los mismos derechos? Vuestros climas más duros os crean más necesidades3; durante seis meses del año no se puede usar vuestra plaza pública, vuestras sordas lenguas no pueden hacerse oír al aire libre: os importa más vuestro beneficio que vuestra libertad, y teméis mucho menos la esclavitud que la miseria.

¿Cómo? ¿Que la libertad sólo se mantiene con el sostén de la servidumbre? Quizás. Los extremos se tocan. Todo lo que no está en la naturaleza tiene sus inconvenientes, y la sociedad civil más que todo el resto. Hay situaciones tan desdichadas que en ellas no se puede conservar la libertad más que al coste de la de otro, y en que el ciudadano no puede ser perfectamente libre a no ser que el esclavo sea totalmente esclavo. Esa era la situación de Esparta. En cuanto a vosotros, pueblos modernos, no tenéis esclavos, pero lo sois; pagáis su libertad con la vuestra. Por más que alabéis esa preferencia, yo veo en ella más de cobardía que de humanidad.

No quiero decir con esto que haya que tener esclavos ni que el derecho de esclavitud sea legítimo, puesto que he demostrado lo contrario. Digo sólo las razones por las que los pueblos modernos, que se creen libres, tienen representantes y por qué los pueblos antiguos no los tenían. De cualquier forma, desde el momento en que un pueblo nombra a quien le represente, ya no es libre, ya no existe.

Teniéndolo todo muy en cuenta, no veo que en lo sucesivo le sea posible al soberano conservar entre nosotros el ejercicio de sus derechos, a no ser que la ciudad sea muy pequeña. Pero si es muy pequeña, ¿será sometida? No. Después demostraré4 cómo puede reunirse el poder exterior de un gran pueblo con la administración fácil y el buen orden de un pequeño Estado.
Traducción de Enrique López Castellón
1 La palabra finance no tenía en el francés antiguo el mismo sentido que hoy, ya que designaba el dinero con que se compraba un cargo. En este sentido la usa Rousseau. (N. del T.)
Cuando Rousseau habla del "soberano" y de la "autoridad del soberano", habla naturalmente del pueblo. (N. de J. N.)
2 Alude a los Estados Generales, que se constituían por delegados de los tres órdenes. (N. del T.) Los tres ódenes eran el Clero, la Nobleza y el Tercer Estado (todos los que no pertenecían al Clero o a la Nobleza) (N. de J. N.)
3 Adoptar en los países fríos el lujo y la molicie de los orientales es querer darse a sí mismo sus cadenas; es someterse a éstas más necesariamente aún que a aquellos. (Rousseau)
4 Es lo que me había propuesto hacer en la continuación de esta obra, cuando al tratar de las relaciones externas hubiera llegado a las confederaciones. Se trata de una materia totalmente nueva cuyos principios están aún por establecer. (Rousseau). El autor alude a una obra amplia que pensaba escribir: Institutions Politiques. (N. del T.)

Fragmentos de El contrato social o Principios del derecho político, de Jean-Jacques Rousseau.

4 comentarios:

carlos perrotti dijo...

Rousseau de consulta permanente.

Sólo que en el primer párrafo la frase "A fuerza de pereza y de dinero terminan teniendo soldados que soldados que sojuzguen a la patria y representantes que la vendan" tiene algo...

Y en la última del anteúltimo párrafo "De cualquier forma, desde el moemnto en que un pueblo nombra a quien le represente, ya no es libre, ya no existe." hay un desliz del ídem.

Por lo demás, Rousseau impecable.

Juan Nadie dijo...

A Rousseau es obligado conocerlo. Algunas de sus ideas no cuadran mucho hoy en día, la época y el funcionamiento de la sociedad son otros, hay contradiciones, etc., pero inspiró a unos cuantos transformadores sociales en los siguientes siglos.

Muchas gracias por tu atenta lectura. Corregiré esos fallos y añadiré una nota que quizá no venga mal.

Juan Nadie dijo...

No, la nota ya la había añadido. Por cierto, este post ha salido antes de tiempo. Meteduras de pata del que suscribe, pero ahí queda.

Juan Nadie dijo...

Te recomiendo también el post anterior, que salió ayer, no sé si le viste.