
No lloréis a Whitney, porque hizo lo que quiso.
Firmó su pacto con la máquina asesina del pop y entregó su bello cuerpo a la causa.
Un contrato fáustico que incluye ahora todos estos cansinos obituarios tanatófagos (incluido este) de 'pobrecilla, qué voz' y bla bla bla. Una vez más, el mito de Ícaro que tanto nos gusta.
El mecanismo asesino de la máquina del pop mata por aplastamiento.
Le hace creer a su víctima que, en vez de persona, es otra cosa. La masa se sube a la chepa y el peso de tal distorsión resulta insoportable.
La confusión de fama y dinero con éxito hace lo demás. También la invitación a confundir al artista con su obra (el tocino y la velocidad). Por si faltara algo, está ese falso, superficial cariño masivo. Todos queremos cariño.
El pacto es irresistible. Ella hizo caja y los demás también.
Hace caja la máquina -de la que los medios formamos parte-, que la rentabiliza como imán.
Hacen caja los fans, que la usan como catalizador de emociones (a su muerte, llorando el tiempo pasado; durante su caída, simplemente observándola).
E hizo caja ella, cometiendo todos sus placenteros errores.
La mayor parte de lágrimas por Whitney son, así pues, lágrimas de cocodrilo.
Por algo su descubridor, el tal Clive Davis, siguió con su fiesta como si nada en el hotel de Beverly Hills en que la mujer palmó: "Ella lo hubiera querido así", ha dicho. Una verdad literal.
Hala, busquemos otro juguete. [QUICO ALSEDO]
Firmó su pacto con la máquina asesina del pop y entregó su bello cuerpo a la causa.
Un contrato fáustico que incluye ahora todos estos cansinos obituarios tanatófagos (incluido este) de 'pobrecilla, qué voz' y bla bla bla. Una vez más, el mito de Ícaro que tanto nos gusta.
El mecanismo asesino de la máquina del pop mata por aplastamiento.
Le hace creer a su víctima que, en vez de persona, es otra cosa. La masa se sube a la chepa y el peso de tal distorsión resulta insoportable.
La confusión de fama y dinero con éxito hace lo demás. También la invitación a confundir al artista con su obra (el tocino y la velocidad). Por si faltara algo, está ese falso, superficial cariño masivo. Todos queremos cariño.
El pacto es irresistible. Ella hizo caja y los demás también.
Hace caja la máquina -de la que los medios formamos parte-, que la rentabiliza como imán.
Hacen caja los fans, que la usan como catalizador de emociones (a su muerte, llorando el tiempo pasado; durante su caída, simplemente observándola).
E hizo caja ella, cometiendo todos sus placenteros errores.
La mayor parte de lágrimas por Whitney son, así pues, lágrimas de cocodrilo.
Por algo su descubridor, el tal Clive Davis, siguió con su fiesta como si nada en el hotel de Beverly Hills en que la mujer palmó: "Ella lo hubiera querido así", ha dicho. Una verdad literal.
Hala, busquemos otro juguete. [QUICO ALSEDO]