CAPÍTULO XX
De si es útil mantener al pueblo en la superstición
La superstición es a la religión lo que la astrología a la astronomía: la hija muy loca de una madre muy cuerda. Estas dos hijas han subyugado mucho tiempo toda la tierra.
Cuando, en nuestros siglos de barbarie, había apenas dos señores feudales que tuviesen en sus castillos un Nuevo Testamento, podía ser disculpable ofrecer fábulas al vulgo, es decir a esos señores feudales, a sus estúpidas mujeres y a los brutos de sus vasallos: se les hacía creer que san Cristóbal había transportado al Niño Jesús de una a otra orilla de un río; se les atiborraba de historias de brujas y posesos; imaginaban sin dificultad que san Genol curaba la gota y santa Clara las enfermedades de la vista. Los niños creían en los fantasmas y los padres en el cordón de san Francisco. La cantidad de reliquias era innumerable.
La herrumbre de tantas supersticiones ha subsistido todavía algún tiempo en los pueblos, incluso después de que la religión se depuró. Sabido es que cuando el Señor de Noailles, obispo de Chálons, mandó quitar y arrojar al fuego la pretendida reliquia del santo ombligo de Jesucristo, la ciudad entera de Châlons le hizo un proceso; pero el obispo tuvo tanto valor como piedad y no tardó en convencer a los habitantes de la Champaña que se podía adorar a Jesucristo en espíritu y en verdad sin tener su ombligo en una iglesia.
Los llamados jansenistas contribuyeron no poco a desarraigar insensiblemente en el alma de la nación la mayor parte de las falsas ideas que deshonraban a la religión cristiana. [...]
Los frailes se han asombrado de que sus santos ya no hagan milagros; y si los autores de la Vida de san Francisco Javier volviesen al mundo, no se atreverían a escribir que este santo resucitó a nueve muertos, que estuvo al mismo tiempo en la tierra y en el mar y que, habiendo caído al mar su crucifijo, un cangrejo se lo devolvió.
Lo mismo ha sucedido con las excomuniones. Nuestros historiadores nos cuentan que cuando el rey Roberto fue excomulgado por el papa Gregorio V por haberse casado con la princesa Berta, su comadre, sus criados arrojaban por las ventanas los manjares que se habían servido al rey, y que la reina Berta dio a luz una oca en castigo de aquel matrimonio incestuoso. Se duda hoy día que los maestresalas de un rey de Francia excomulgado arrojasen su cena por la ventana y que la reina trajese al mundo un ansarón en semejante oportunidad. [...]
La razón penetra día a día en Francia, tanto en las tiendas de los comerciantes como en las mansiones de los señores. Hay pues que cultivar los frutos de esta razón, tanto más cuanto que es imposible impedirles que nazcan. No se puede gobernar a Francia, después de haber recibido las luces de los Pascal1, los Nicole, los Arnaud, los Bossuet, los Descartes2, los Gassendi, los Bayle3, los Fontenelle, etc., como se la gobernaba en tiempos de los Garasse y los Menot.
Si los maestros de los errores, quiero decir los grandes maestros, tanto tiempo pagados y cubiertos de honores por embrutecer al género humano, ordenasen hoy día creer que el grano debe pudrirse para germinar; que la tierra está inmóvil en sus cimientos, que no gira alrededor del sol; que las mareas no son un efecto natural de la gravitación, que el arco iris no está formado por la refracción y la reflexión de los rayos de la luz, etc., y si se basasen para ello en pasajes mal comprendidos de las Sagradas Escrituras para justificar sus órdenes, ¿cómo serían mirados por todos los hombres instruidos? ¿La palabra bestias sería demasiado fuerte? ¿Y si esos sabios maestros empleasen la fuerza y la persecución para hacer reinar su insolente ignorancia, el término de bestias feroces sería inadecuado? [...]
VOLTAIRE
1 Blaise Pascal (1632-1662), filósofo, teólogo y matemático francés, conocido sobre todo por sus Pensamientos, publicados póstumamente en el año 1670. En el ámbito de las matemáticas alumbró los rudimentos del cálculo de probabilidades. Este razonamiento probabilístico sustenta su célebre «apuesta». Según Pascal, debemos apostar a favor de la existencia de Dios para ganar nada menos que una felicidad eterna; el juego en cuestión, que tampoco podemos eludir al hallarnos embarcados en él, difícilmente podría resultarnos más ventajoso en términos probabilísticos, por cuanto sólo arriesgamos un bien finito (los placeres propios de un libertino) en aras de uno infinito (una dicha escatológica e ilimitada). Mostrándose coherente con sus ideas, en 1654 se retiró a PortRoyal y adoptó un modo de vida totalmente ascético. Sus Cartas provinciales defendieron las doctrinas jansenistas en la polémica sostenida contra los jesuitas y su cuidado estilo constituye un modelo para la prosa francesa. Voltaire dedica la última de sus Cartas filosóficas a los Pensamientos de Pascal, citando algunos de sus pasajes para comentarlos a renglón seguido. Desde un primer momento anuncia que se "atreve a tomar el partido de la humanidad contra este misántropo sublime, para demostrar que no somos tan malos ni tan desdichados como él dice. Mirar el universo como una celda y todos los hombres como criminales a los que se va a ejecutar es la idea de un fanático".
2 René Descartes (1595-1690), el padre de la filosofía moderna y del racionalismo, famoso por escribir sus Meditaciones metafisicas al calor de una estufa, moriría por un enfriamiento al aceptar la invitación de la reina Cristina de Suecia. Sus teorías físicas, dominadas por una perspectiva geométrica y condicionadas a las propiedades racionales de la materia entendida como sustancia extensa, fueron satirizadas por Voltaire, quien siempre que puede ridiculiza la teoría cartesiana de los "torbellinos". En su Diccionario filosófico, Descartes no aparece sino junto a Newton, para mostrar mejor con ese contraste la supremacía de los descubrimientos newtonianos y, de paso, las excelencias de Inglaterra como tierra que propicia tanto los avances científicos como la libertad de pensamiento. Y en su obra El filósofo ignorante, Voltaire dice lo siguiente: "Descartes ha construido un mundo tan imaginario, sus torbellinos y sus tres elementos son tan prodigiosamente ridículos, que debo desconfiar de todo lo que me dice sobre el alma, después de haberme engañado tanto sobre los cuerpos. Santo y bueno que se haga su elogio, con tal de que no se haga el de sus novelas filosóficas, despreciadas hoy día para siempre en Europa".
3 El nombre de Pierre Bayle (1647-1706) se halla indisolublemente asociado al de su Diccionario histórico y crítico, tan venerado por nuestro autor. Pero quizá sea citado aquí por un opúsculo menor mucho menos conocido: su Comentario filosófico en torno a estas palabras de Jesucristo: "Oblígales a entrar" (fechado en 1686), un aserto evangélico del que Voltaire se ha hecho eco en el capítulo XIV del tratado que nos ocupa. En este pequeño escrito Bayle proponía realizar un experimento imaginario; si en una ciudad donde coexistiesen cristianos y musulmanes, se intercambiasen los recién nacidos entre ambas comunidades religiosas, a buen seguro que el nacido musulmán sería cristiano y a la inversa. Voltaire planteará la misma idea en una de sus tragedias, para poner de manifiesto que las creencias dependen sobremanera del medio ambiente y la educación. Todo ello en pro de la tolerancia y la coexistencia pacífica de los diferentes credos o convicciones.
Continuará...
Continuará...
4 comentarios:
Han subyugado y sojuzgado. Bestias hijas de...
En algo no estoy de acuerdo con Voltaire, en que la superstición sea la hija de la religión, más bien creo que es justo lo contrario.
Muy bueno, Marian.
Sí, es así y, como casi todo en el ser humano, es hija del miedo. ¿Del miedo a qué? A intentar conocer la verdad, porque esto quizá nos haga desvalidos.
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