CAPÍTULO XXII
De la tolerancia universal
No se necesita mucho arte, ni una elocuencia muy rebuscada para demostrar que los cristianos deben tolerarse unos a otros. Voy más lejos: os digo que hay que mirar a todos los hombres como hermanos nuestros. ¡Cómo! ¿El turco hermano mío? ¿El chino mi hermano? ¿El judío? ¿El siamés? Sí, sin duda; ¿no somos todos hijos del mismo Padre, criaturas del mismo Dios?
¡Pero esos pueblos nos desprecian; nos tratan de idólatras! ¡Pues bien! Les diré que hacen mal. Me parece que podría hacer vacilar por lo menos la orgullosa testarudez de un imán o de un sacerdote budista si les hablase poco más o menos así:
"Este pequeño globo, que no lo es, rueda en el espacio, lo mismo que tantos otros globos; estamos perdidos en esa inmensidad. El hombre, de una estatura aproximada de cinco pies, es seguramente poca cosa en la creación. Uno de esos seres imperceptibles dice a algunos de sus vecinos, en Arabia o en Cafrería: 'Escuchadme, porque el Dios de todos esos mundos me ha iluminado: hay novecientos millones de pequeñas hormigas como nosotros en la tierra, pero sólo mi hormiguero es grato a Dios; todos los otros le son odiosos desde la eternidad; únicamente mi hormiguero será feliz, todos los demás serán eternamente desgraciados.'
Entonces me interrumpirían y me preguntarían quién es el loco que ha dicho semejante tontería. Me vería obligado a responderles: 'Vosotros mismos.' Luego trataría de aplacarlos; pero sería muy difícil.
Hablaría ahora a los cristianos y osaría decir, por ejemplo, a un dominico inquisidor de la fe: 'Hermano mío, sabéis que cada provincia de Italia tiene su propio dialecto y que no se habla en Venecia o en Bérgamo como en Florencia. La Academia de la Crusca ha fijado la lengua; su diccionario es una regla de la que no hay que apartarse y la Gramática de Buonmattei es un guía infalible que hay que seguir; ¿pero creéis que el cónsul de la Academia, y en su ausencia Buonmattei, habrían podido en conciencia hacer cortar la lengua a todos los venecianos y a todos los bergamascos que hubiesen persistido en hablar su jerga?'
El inquisidor me responde: 'Hay mucha diferencia; se trata aquí de la salvación de vuestra alma; es por vuestro bien por lo que el directorio de la Inquisición ordena que se os detenga por la declaración de una sola persona, aunque sea infame y reincidente de la justicia; que no tengáis abogado que os defienda; que el nombre de vuestro acusador ni siquiera os sea conocido; que el inquisidor os prometa gracia y luego os condene; que os aplique cinco torturas diferentes y que luego seáis azotado, condenado a galeras o quemado solemnemente1. El padre Ivonet, el doctor Cuchalon, Zanchinus, Campegius, Roias, Felynus, Gomarus, Diabarus, Gemelinus son terminantes y esta piadosa práctica no tolera contradicción.'
Yo me tomaría la libertad de contestarle: 'Hermano mío, tal vez tengáis razón; estoy convencido del bien que queréis hacerme; ¿pero no podría ser salvado sin todo esto?'
Es cierto que esos absurdos horrores no manchan todos los días la faz de la tierra; pero han sido frecuentes y se formaría fácilmente con ellos un volumen mucho más grueso que los Evangelios que los reprueban. [...]
Veo a todos los muertos de los siglos pasados y del nuestro comparecer ante su presencia. ¿Estáis seguros de que nuestro Creador y nuestro Padre dirá al sabio y virtuoso Confucio, al legislador Solón, a Pitágoras2, a Zaleuco, a Sócrates, a Platón, a los divinos Antoninos, al buen Trajano, a Tito, las delicias del género humano, a Epicteto3, a tantos otros hombres, modelos de los hombres: ¡id, monstruos, id a sufrir unos castigos infinitos en intensidad y duración; que vuestro suplicio sea eterno como yo! Y vosotros, mis bien amados Jean Chátel, Ravaillac, Damiens, Cartouche4, etc., que habéis muerto dentro de las fórmulas prescritas, compartid para siempre a mi derecha mi imperio y mi felicidad?"
Retrocedéis horrorizados ante estas palabras; y, después de habérseme escapado, no tengo nada más que deciros.
VOLTAIRE
1 Para ilustrar todo esto, Voltaire mismo recomienda una obra del abad André Morellet (1727-1819): El manual para inquisidores utilizado por las Inquisiciones de España y Portugal (1762).
2 Pitágoras, filósofo y místico griego del siglo vi a.C. Aunque, al igual que Sócrates, no escribió libro alguno, sus doctrinas ejercieron un enorme influjo al ser propaladas por innumerables discípulos, hasta el punto de convertir al maestro en una figura legendaria y algo misteriosa. Con arreglo a su teoría de la metempsicosis o transmigración de las almas, las opciones de la conducta presente sentenciarían cuál será nuestra próxima reencarnación. Su interés por las matemáticas queda testimoniado por el teorema que lleva su nombre. Para la escuela pitagórica los números encierran todas las claves del universo y el estudio de las proporciones musicales, astronómicas o numéricas es lo único que puede arrojar alguna luz sobre los enigmas planteados por la naturaleza.
3 Epicteto (50-120), filósofo estoico que nació esclavo y fue libertado por el secretario de Nerón. Sus reflexiones tuvieron una gran influencia en el emperador Marco Aurelio. Quiso vulgarizar el estoicismo y demostrar que todos los hombres han de ser tratados como hermanos e iguales.
4 Tras haber enumerado a filósofos, legisladores y gobernantes de pro, Voltaire nos da una nómina de malhechores. El denominador común de casi todos ellos es haber atentado contra un rey, a excepción de Cartouche, un célebre bandido de la época. Jean Châtel intentó asesinar a Enrique IV en 1594, empeño que cumpliría con éxito Ravaillac algunos años más tarde; por su parte, Louis Dominique atentó contra la vida de Luis XV en 1757.
Continuará...
Continuará...
7 comentarios:
No descubro nada. Inagotable sabiduría que sigue estando al alcance...
Me dan ganas de escuchar aquel tema de Los Jaivas, "Todos juntos, himno a la tolerancia se me ocurre. A escucharlo pues.
La buena voluntad no se le puede discutir, pero, yo le preguntaría a Voltaire:) : ¿pero no podría ser salvada sin religión alguna?
Lo que no sabía Voltaire es que para las hormigas todos los demás hormigueros son odiosos:)
Eso ya sería pedirle demasiado a Voltaire. Estamos hablando del siglo XVIII. Voltaire era católico ferviente, pero nadie ha desenmascarado las patrañas de la Iglesia Católica como él.
En la próxima entrada pondremos fin a la serie..., pero no a la lectura de Voltaire.
Eso, ni de coña...
Luego le echaremos un vistazo a Bertrand Russell.
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